La exposición de 'mujeres modernistas' de Pilar de la Horadada rescata el arte del retrato de estudio

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Hubo un tiempo en que la fotografía de estudio estaba valorada como un arte, y las ocasiones para hacerse un retrato eran pocas, tal vez una o dos veces en la vida. La exposición organizada por la Casa de la Cultura de Pilar de la Horadada 'Los rostros del pasado. Mujeres modernistas de Pilar de la Horadada' reúne más de 40 retratos de las que después fueron abuelas y bisabuelas de los pilareños actuales. 

 

Collares de perlas de doble vuelta, abanicos, horquillas y faldas casi tobilleras adornan a las mujeres de la época modernista que acudían a los estudios de los fotógrafos para hacerse un retrato. Casi un siglo después, la iniciativa del coleccionista de fotografía antigua Darío Quesada, de la Concejalía de Cultura, ha sacado a la luz casi un centenar de caras del pasado. "Algunas eran desconocidas, y es triste, porque ellas lucharon mucho en un mundo dominado solo por los hombres", explica Quesada. 

Una anécdota sucedida el día de la inauguración de la muestra, el pasado 7 de marzo, víspera del Día de la Mujer, evidencia el inabarcable pasado que ha quedado sepultado bajo las capas del tiempo. "Vi a un hombre mayor que observaba el retrato de una mujer muy guapa de la exposición, y me di cuenta de que estaba llorando. Cuando le pregunté, me dijo que era su madre, pero que nunca la había visto tan joven, porque murió de tuberculosis a los dos años de hacerse la foto, poco después de que él naciera y al poco de morir también su padre", cuenta el organizador cultural. 

 

Concepción Martínez Avilés. Años veinte. En el atelier de Darblade. Adornada con profusión de flores, desde el pelo hasta el regazo, la protagonista lucía collar de cuentas, pendientes y una artística peineta estrellada, que estaban muy de moda en las primeras décadas del siglo XX. La silla torneada, el mantel bordado y las flores formaban parte de la ambientación de moda. 

"Nos ha sorprendido la cantidad de personas que han terminado poniendo nombre a los retratos desconocidos, porque se reencontraban con su abuela", explica Quesada. "Una mujer se colocó delante de uno de los retratos y me dijo, qué te parece. Eran iguales. Resultó ser su abuela, pero ella nunca había tenido esa fotografía", relata. Muchos de aquellos cuidados retratos de estudio se encargaban para después enviarlos por correo a los parientes lejanos que vivían en Madrid, Barcelona o más lejos. 

La exposición abarca retratos de 1876 a 1939. Entre esos años se aprecia la evolución de la moda, desde los trajes largos y sobrios, de tejidos rígidos con la cintura entallada, hasta los trajes por debajo de la rodilla, con cuellos de encaje, telas más vaporosas, cuellos de volantes y plisados, hileras de botones forrados e incluso flores en la pechera. 

Argentina Samper. 1937. El retrato lleva el sello de Darblade y su anagrama. Los descendientes de esta mujer de ojos grandes la reconocen aún hoy como una luchadora en una época difícil. Ya viuda, se trasladó con sus hijos a Barcelona, ciudad que le gustó en un viaje previo que hizo a la Exposición de 1929. Argentina luce unas ondas al agua, collar de perlas y un vestido alegre en blanco con discretos volantes. La estudiada pose con el periódico es típica de la época. 

Los peinados iban de los moños rigurosos a las trabajadas ondas al agua tan propias de las primeras décadas del siglo XX. Los atuendos en ocasiones encubren una clase social más modesta, ya que las protagonistas pedían prestado un vestido más elegante, que terminaban prestando -por eso se ven fotografías con el mismo traje-, aunque la calidad de los zapatos revela el estatus. Del calzado más desgastado a los tacones de dos colores, tan de moda en los años veinte, se exhiben en esta colección de retratos. El cuidado de las figuras, sentadas en elegantes sillas o butacas o de pie junto a un libro o periódico, estaba influido por el pictorialismo, pero sobre todo por las revistas de moda de la época, como 'El Correo de la Moda' o 'Álbum de Señoritas', aunque a veces llegaban publicaciones francesas con lo último de las marcas europeas. 

Desde 1870 causaba furor el atelier de Jean Darblade, en Torrevieja, donde se hicieron la mayoría de los retratos que se exponen. Las jóvenes solteras de los alrededores, desde San Javier hasta Pilar de la Horadada, pedían hora en el estudio del afamado fotógrafo francés. "Son los retratos más artísticos, con un escenario casi teatral de mobiliario, jarrones, flores, sillones y fondos elegantes", explica Quesada, que colecciona la obra del retratista francés, cuya historia tiene también tintes literarios. 

Sagrario y Mariana de Gea Sánchez a principios de los años treinta, en un retrato firmado por Celdrán, el otro fotógrafo de Torrevieja, de estilo más informal que los de Darblade. El paspartú era propio de Caldrán. 

"Darblade viajó con si familia desde Francia, su país, a intentar cobrar una deuda que tenía con él un murciano, cuando a la  altura de Torrevieja su hijo Albert enfermó y el médico les aconsejó no proseguir el viaje hasta que el niño sanara", narra el coleccionista. Durante su estancia, el fotógrafo comenzó a hacer trabajos y terminó por establecerse en la localidad costera. "Si hijo Albert y su nieto Alberto siguieron su oficio, pero al morir el último dejó todo su archivo en manos de una familia de la misma profesión que, de hecho, firman como Conesa Darblade", afirma. 

Para Quesada, "el estido de Darblade es inconfundible, por su mobiliario, las sillas y la ambientación". "El tratamiento artístico de la fotografía de la época ha sido único, mientras que los nietos de los que suben sus fotos hoy en Instagram no sabemos qué pensarán cuando vean a sus abuelos", reflexiona sobre las modas de la imagen. 

La exposición seguirá abierta en la Casa de la Cultura de Pilar de la Horadada cuando reabran las instalaciones. 

Otro estilo diferente de retrato y menos frecuente en la época. Mientras que la mayoría acudía a los estudios de los fotógrafos, en el caso de Ana Briñas Serrano, natural de San Pedro del Pinatar, aunque afincada en Pilar de la Horadada, el retratista debió desplazarse a la casa particular de la protagonista. Solo ocurría con los clientes adinerados, como debió ser el caso a juzgar por el cuidado mobiliario. Llaman la atención los suelos hidráulicos, las sillas artísticas de mimbre, la jaula en la ventana y la palmera del fondo, que dan ese ambiente colonial de placidez. 

Josefa García Palacios. Años veinte. Estudio de Darblade. Todo un documento revelador de la moda de la época, desde el peinado, con el corte bajo las orejas, las perlas, el cuello historiado con volantes plisados en disposición geométrica, el encaje y el tejido vaporoso, hasta los zapatos bicolor con tacón de carrete. 

Josefa Hernández Avilés. 1914. Solo unos años de diferencia y se nota el rigor de la vestimenta, más influenciada por la moda del siglo XIX de tejidos más tiesos, cuellos altos y adornos más sobrios. El abanico es apenas el único complemento que luce la joven en el año de la Primera Guerra Mundial. 

Juana Avilés Caballero. Principios de los treinta. La joven marcó con unas horquillas las ondas al agua tan de moda para lucirlas en el atelier de Darblade. Animó la elegancia del vestido negro con adornos blancos de bordados y encaje, collar de cuentas y zapatos bicolor. El retratista reparó en el contraste del jarrón blanco, a juego con la combinación elegida en el atuendo de la protagonista. 

Maravillas Ortíz Belda. Principios de los treinta. Retrato de Celdrán, quien retrataba a las jóvenes en actitud más natural. Destaca el caracolillo que se llevaba sobre la frente y la melena corta ligeramente ondulada en las puntas. A diferencia de los retratos de Darblade, en las de Celdrán nada distrae de la mirada de la retratada, solo un fondo onírico indefinido. 

Pilar Gálvez Sánchez. 1894. Uno de los retratos más antiguos. De familia acomodada, la bella joven fue comprometida en matrimonio con un miembro de otra familia adinerada, los Girona. Tuvo muchos hijos y fue abuela del escultor Manuel Ribera Girona. El peinado de ondas ya imperaba a finales del siglo XIX, pero más recatado, al igual de la ropa, rigurosa y oscura, aunque marcaba más las formas de la cintura. 

Fuensanta Sánchez. Años veinte en el estudio Darblade. Vestido de talle bajo, collar largo, zapato con correa sobre el empeine. Todas las tendencias de la época. Conviene reparar en la ambientación de la escena, casi teatral, con sillón de fibras naturales en un fondo bucólico con ramas y hojas en el suelo. 

 

 

 

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