'Hay un virus que corre por nuestros pueblos y no hace falta microscopio para verlo'

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Inmaculada Barranco. A principios de 2020 nos llegaban noticias como que el coronavirus era cosa de los chinos y de un laboratorio bioinformático clandestino, patentado por Bill Gates, y los murciélagos de Wuhan a los que las fuerzas del mal de Trump inocularon SARS-CoV-2 en un ​‘chis’ PCR 5G el 8M en Resident Evil.

Que la prueba de diagnóstico PCR tiene por objetivo ​controlar nuestra mente y nuestra alma al dañar la barrera hematoendefálica. Por lo visto, el bastoncillo cuando entra por la nariz, taladra y crea un orificio hasta el cerebro y por ahí se cuela todo, de todo.

Que el termómetro con el que nos toman la temperatura en la frente es peligroso porque emite ​radiaciones láser que matan nuestras neuronas (serán las pocas que nos quedan) y nos deja ciegos (creí que era cosa de la masturbación), y que la cepa de coronavirus no es algo nuevo porque hace tiempo que el gel desinfectante Lysol lo elimina.

Que los Simpson, tras un riguroso estudio, aconsejaron en un capítulo profético de 1993 que no usemos mascarillas porque provocan hipoxia (falta de oxígeno), disminuyen el sistema inmunitario e incuban cáncer porque respiramos nuestro propio CO2, y todos los gérmenes que exhalamos impregnan la mascarilla aumentando la posibilidad de dar positivo en coronavirus.

Afortunadamente, ​Trump, Johnson y Bolsonaro siguieron al pie de la letra sus propias recomendaciones y se infectaron, ¿se infectaron?, al menos Johnson parece que se llevó un revolcón. Qué bueno ser el Presidente y beneficiarse de todos los medios y terapias exclusivas de las que privan a sus ciudadanos.

El circo y los bulos continúan. Lo de la vacuna va a ser ‘la caña de España’.​ Que si me la pongo, que si la de los chinos no, que si la rusa ni de coña, que si de la americana no me fío. El caso es que esto no es una broma y los bulos son el virus más infeccioso que hay. Apenas ha comenzado la campaña navideña y ya despunta la tercera ola.

Y ​hay un virus terrible que se está expandiendo en nuestros pueblos y ciudades, no hace falta un microscopio para verlo​. Basta mirar las fachadas de los comercios y negocios en los que antes brillaba la Navidad y ahora solo cuelgan carteles resplandecientes de ‘se vende’ o ‘se alquila’.

Este es un virus que sí nos va a dañar a todos y, por una vez, no podemos echarle la culpa al alcalde, a los presidentes ni al Gobierno.

Esto ya depende de ti y de mí.

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