Las redes de pesca no se pensaron para criaturas con plumas, pero éstas perecen en sus trampas igual que si tuvieran escamas. Un estudio, que la Asociación de Naturalistas del Sureste (Anse) elabora desde hace cuatro años, evidencia que más de medio millar de aves acuáticas mueren cada invierno entre las artes fijas que calan los pescadores para capturar langostinos, doradas o lubinas, principalmente.
El biólogo Jorge Sánchez considera este nivel de mortalidad «inasumible en aves protegidas», que además llegan a un espacio natural con cinco figuras de protección, una de ellas Zona de Especial Protección de Aves (Zepa).
Durante la anterior época de invernada, Anse contabilizó 531 aves orilladas de 15 especies distintas, de las cuales la inmensa mayoría -439 cadáveres- eran cormoranes grandes, una especie que disfruta del cálido invierno en el Mar Menor y después se marcha al fresco verano en Escandinavia, donde crían en abundancia. Para el biólogo Diego Zamora, que ha coordinado el estudio -y realiza ya el censo de este año-, «la población de cormoranes no peligra, pero sí la del zampullín cuellinegro, que lleva varios años en detrimento y su situación es crítica».
Según el informe, muere ahogado entre las redes el 5,72% de la población total de zampullines invernantes -60 individuos de un total de 1.048- en la laguna, donde se reúnen casi todos los ejemplares de la Región. Las cifras sobre cormoranes resultan más alarmante: su habilidad buceadora y su voraz interés por los peces que se han colado en las redes de pesca hace perecer al 40,27% de los que llegan al Mar Menor a pasar los meses fríos, que son la mitad de todos los invernantes de esta especie en la Región. Lo que es lo mismo, uno de cada cuatro cormoranes que llega a tierra murciana, muere entre las redes cada año. El estudio advierte de los cadáveres no censados, que los bañistas y los servicios de limpieza retiran para evitar su presencia en las playas, adonde llegan arrastrados por la corriente después de que los pescadores vacíen las redes, sobre todo en la zona norte de La Manga. Es precisamente este tramo costero «el más conflictivo», según el informe, ya que reúne más de la mitad de las aves muertas y el 40,77% de las redes censadas. A más redes, más cadáveres con plumas. Anse censó el pasado invierno 81 redes caladas en la zona oriental del Mar Menor.
¿Cómo pueden convivir las aves con la irrenunciable actividad pesquera? Para Sánchez, «se podría diseñar un sistema que evite el ahogo de las aves en las redes de calar, que tienen un recinto y una zona que llaman ‘Muerte’ de la que no se puede salir». Cree posible que la Comunidad Autónoma y los pescadores puedan tomar medidas para mantener la pesca artesanal sin riesgo para las aves porque este nivel de mortadad puede suponer un peligro para poblaciones ya escasas». Los biólogos de Anse insisten además en que «se eliminen las redes ilegales». Una medida urgente para empezar: «Que estén solo las que tienen que estar».