Lo dijo Fernando Pessoa, el gran poeta portugués: «El fado no se canta, sucede». Mariza lo demostró la noche del viernes, 18 de julio, en Jazz San Javier. Más que un concierto, la cantante mozambiqueña ofreció un relato de su vida a través de la evolución del género. Desde el fado clásico hasta los evolucionados con arreglos jazzeros y ritmos bailables.
Desde el primer tema, Estranha forma de vida, Mariza estableció el tono: un fado desnudo, sin artificios, que apeló directamente al corazón. Su interpretación, sin micrófono en algunos pasajes, convirtió el patio de butacas en una extensión de su garganta. Quem Me Dera y Lágrima profundizaron en la melancolía, con arreglos que equilibraron tradición y modernidad, mientras Amar-te —tema inédito de su álbum Amor (2025)— introdujo una textura más contemporánea, con influencias de morna y jazz.
Hay que destacar la sonoridad extraordinaria de la guitarra portuguesa en manos de Luis Guerreiro, y la aportación del acordeón de Joao Frade.
La segunda parte del concierto viró hacia lo confesional. Alma y Meu Fado Meu fueron cantadas como quien recita un diario íntimo. En Há Palavras Que Nos Beijam, Mariza se acercó al público para recitar versos de Alexandre O’Neill, recordando que “hay palabras que nos besan como si fuesen labios”. El gesto fue más que teatral: fue un acto de comunión.
Senhor Vinho y Verde Limão aportaron ligereza y humor, sin perder el tono reflexivo. En Ó Gente da Minha Terra, la artista volvió a cantar sin amplificación, como si el fado necesitara silencio para ser comprendido. Rosa Branca cerró el concierto con un aire festivo, pero sin desentonar con la atmósfera general: la celebración del dolor como parte de la vida.
Su repertorio, que incluye homenajes a Amália Rodrigues y composiciones propias, muestra cómo el género ha evolucionado sin perder su raíz. Según datos de la UNESCO, el fado fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2011, y artistas como Mariza, Carminho y Ana Moura han contribuido a su internacionalización.
