Un enemigo silencioso pero implacable pudo con la altanería de Don Juan. No contaba ni el villano de Zorrilla ni el público con esa lluvia de otoño inoportuna y aguafiestas, que obligó a posponer la segunda parte del espectáculo teatral organizado en el cementerio de San Javier alrededor del Tenorio. Mereció la pena. El público pudo disfrutar de un recorrido onírico por el camposanto como nunca se había visto.
La espléndida pinada que se alza extramuros del cementerio de San Javier recibió el pasado sábado por la noche al millar de espectadores que habían comprado una entrada para asistir a la única representación del Tenorio que en toda España se celebra en una necrópolis. No tardó en convertirse en un desfile de paraguas moviéndose hacia la reja del camposanto, junto a la que un grupo de actores de San Javier escenificaba una noche de Carnaval, enmascarados con lujosos disfraces venecianos ante una mesa repleta de auténticos manjares. Uno de los seguidores de Dioniso recorría la pinada ofreciendo un trago de la bota de vino a los asistentes, que en una de las primeras noches lluviosas del otoño no dudaron en calentar el ánimo alzando el pellejo sobre el gaznate.
Nadie pensaba en marcharse ante las primeras gotas, cuando aún faltaba por vivir la experiencia onírica que prometía más allá de la verja del cementerio mientras resonaban en los altavoces coros operísticos. En las primeras lápidas de la zona antigua del camposanto, el público se encontró con la escena más romántica de Zorrilla en vivo y en directo. Don Juan conquistaba a Doña Inés envueltos en una nube de humo sobre dos señoriales sepulturas, como si la historia del villano de Sevilla hubiera tenido un capítulo más tras el arrepentimiento, y el perdón de la novicia les hubiera dado la eternidad en el mundo de los muertos. La lluvia acentuó la atmósfera irreal de esta silenciosa escena, en la que el conquistador hablaba a la doncella en susurros. También los guardianes de la luz, con largos sayones de blanco lívido, murmuraban a los visitantes lo que a veces se olvida: «Hombre, polvo eres y al polvo volverás«.
Una cuidada decoración, con cientos de velas formando caminos y sombras sugerentes, sorprendió al público, que fotografiaba cada rincón ocupado con altares iluminados. Vírgenes de mármol, la talla de San Blas y figuras religiosas realzadas por las pequeñas llamas y enredaderas convirtieron el cementerio en un museo de ensueño. La directora teatral, Leonor Benítez, transformada en la muerte, con velo negro y la inexorable güadaña, esperó al público en sus dominios. «La muerte es solo un sueño», musitaba una de las guardianas de la luz con una vela en la mano.
Un busto de Don Juan, tallado por el escultor Juan José Quirós, recordaba en el cementerio la fugacidad de las andanzas terrenales y la implacable llegada del arrepentimiento. Tras la silenciosa ruta nocturna bajo los paraguas, el público se acomodó en los asientos y gradas dispuestos ante el escenario, donde la Asociación de Amigos del Tenorio que dirige Elvira Pineda se disponía a luchar contra la fina lluvia. A la primera escena, con el villano sentado ya en la hostería de Buttarelli, los espectadores se resignaron a cerrar los paraguas y aguantar el incómodo ‘calabobos’. Excepto uno. En el centro del foso, las protestas fueron subiendo de tono por un espectador que se negaba a cerrar su paraguas, hasta que se encendió una tangana de empujones y gritos más real que los lances del Tenorio.
No duró mucho más la función, ya que la persistencia de la lluvia, con el escenario ya cubierto de agua, obligó a suspenderla. El alcalde de San Javier, José Miguel Luengo, y el concejal de Cultura, David Martínez, anunciaron que la representación se posponía a una fecha que será anunciada.
Las fotografías de Pepe H capturan la magia que envolvió a los espectadores la noche del 28 de octubre, que tendrá su segunda parte.