El filósofo del vidrio que no duerme

En soldaduras de hilos de vidrio de apenas una micra se concentran los misterios que acechan al escultor José Manuel Rebollo. Durante el día, este artista pinatarense se sienta al volante de su camión de transporte de materiales de construcción, nada que ver con su vida nocturna, repleta de escenas oníricas con los reflejos irreales del cristal.

Nadie podría adivinar que este camionero con la única formación de las cientos de lecturas que él mismo se ha dado, se transforma de noche en un creador de delicadas piezas e insondables alegorías.

En un pequeño estudio de veinte metros cuadrados, sin más herramientas que unas pinzas y un soplete, se dispone cada noche a dar forma a las inquietudes humanas. El paso del tiempo, el arrepentimiento, la libertad de elección, el agotamiento de los recursos del planeta e incluso el erotismo, se encuentran en las figuras transparentes que ha expuesto en el Museo Barón de Benifayó de San Pedro del Pinatar.

«Lo básico del vidrio lo aprendí hace 30 años de un maestro vidriero catalán en un trabajo temporal. Fue del todo casual, pero nunca he dejado de trabajar el vidrio por mi cuenta», explica el escultor, que cada vez se cuela más en sus paredes maleables. «Es un material mágico, es una ventana a lo onírico, y cada vez busco más la complejidad», cuenta sobre los bocetos de su mente.

Rebollo ha sacado por primera vez a la vista sus trabajos, que le revelan como un filósofo del cristal, capaz de crear conjuntos escultóricos como ‘La última marioneta’, una mano con guante de rejilla entretejida con miles de soldaduras de hilos de vidrio, que mueve los hilos de una figura humana, que a su vez maneja los movimientos de otra. «Soy yo ‘La última marioneta’, el hombre de a pie, el objeto de manipulación que no puede dirigir su propia vida porque nos dicen hasta lo que tenemos que vestir», se ha rebelado el escultor en esta pieza.

El artista (a la derecha) ante el ajedrez daliniano que ha salido de sus manos, frente al director del Museo Barón de Benifayó, Marcos Gracia. 

El otro gran jefe, el tiempo, está representado en «una tela de araña que es la vida y la muerte, la estructura perfecta de la naturaleza, el cordón umbilical», afirma el artista. Sabe que «no puedes engañar al tiempo, que parece que se para antes de los 18 años, pero después es una carrera». En otro artefacto de estilo victoriano con remates ‘art nouveau’, el ojo ve una máquina del tiempo conducida por una mujer con cabeza de león. «No lo es. Es un rectificador de errores, porque todos tenemos motivos para volver atrás a arreglar algo o a despedirte de que no tuviste tiempo», ha soñado el artista.

Ha dejado escapar su pasión por Dalí en cada composición. Un minotauro el el ajedrez o los cisnes de Leda, que en versión Rebollo no fue seducida por el Zeus emplumado, sino que vivió una escena erótica que reproduce sobre una colcha de encaje de vidrio que costó «unas 7.000 soldaduras y cientos de horas de trabajo». Cada mañana vuelve al camión «porque lo de la creación como primera ocupación lo dejo para la siguiente vida. Ahí ya no se me escapa», planea el artista, que de momento se refugia cada noche en sus ideas de cristal: «Me he creado un mundo del que no quiero salir».