Decisiones políticas en días de elecciones, por Juan Manuel Sánchez

Juan Manuel Sánchez, catedrático de Filosofía

En este mes de mayo de 2023 se inicia un largo ciclo de elecciones políticas. Como una piedra rebotando sobre el agua se desliza saltando y creando círculos cada vez más grandes, así nuestro voto saltará de urna en urna, desde la más pequeña localidad (28 de mayo de 2023) hasta las elecciones al Parlamento Europeo (allá por el 24 de mayo de 2024), pasando por regiones, autonomías y estados nacionales.

¿A qué se nos convoca con este círculo de círculos que reclama nuestra decisión? ¿Estamos preparados? ¿Habrá en algún lugar poder para dar una dirección que contemple el conjunto de las ondas electorales? ¿O simplemente fiaremos que alguna mano invisible ordene millones de decisiones en una estructura coherente, viable al menos, como algunos dicen que el mercado hace? 

El primer nivel de respuesta es bastante obvio: evidentemente se nos convoca a tomar decisiones políticas. ¿Qué decisiones? Nos preguntan sobre quiénes queremos que sean nuestros representantes en los foros donde se toman y aprueban decisiones acerca de todos los aspectos de nuestra convivencia pública, y también de muchos de nuestra convivencia privada. Y ¿por qué calificar esta decisión de política?

Nos tienen acostumbrados a responder esta cuestión como si se tratara de un reparto de cartas en un gran casino. No en vano el brutal nihilismo que adormece a Europa nos ha entregado a una democracia incapaz de educar otro modo de ser ciudadano que el mercantil. Hasta el punto que nuestros partidos ya no quieren ser partidos, todos dicen ser la voz del pueblo, o de la gente, cuando es evidente que son la voz de algunos del puebloo de algunas gentes. Y que está bien que sea así, algunos y algunas. Porque algo importante se pierde cuando todos los grupos políticos se emborrachan de matemáticas y estadísticas: persiguen el monopolio de la verdad a través del estudio demoscópico de la opinión. Y la verdad, como el corazón, siempre está partida. En caso contrario no sería la verdad, por muy mayoritaria que sea una opinión. 

Los filósofos, al menos los más despiertos, saben ya hace algún tiempo que la verdad es la creación de los seres humanos, ya que solo pueden crearse a sí mismos y nada más. Pero de forma complementaria, los poetas, como los místicos, invitan a escuchar para crear. Escuchemos, entonces, antes de abordar un nivel menos obvio de respuesta.

«No será suficiente con votarles. Hemos de dar también nuestra voz y nuestro esfuerzo por ser ciudadanos activos»

No constituye ya ninguna sorpresa para nadie que el mundo se tambalea. Todo orden hasta ahora conocido se mueve bajo nuestros pies, desde la más simple y concreta composición física o genética hasta la más compleja y abstracta ordenación religiosa o financiera. Como ya anunció el filósofo, bailamos sobre abismos. Pero cuando miro a mi alrededor, veo con perplejidad que seguimos dormidos. Inmersos y ofuscados en rutinas que se repiten, como si no pasara nada. Parece que hayamos optado por cerrar los ojos, tirar hacia adelante y ya veremos dónde para todo esto cuya cocción nos sobrepasa.

No hace falta ser muy concreto: una pandemia que pone patas arriba todos los servicios sanitarios, una guerra con capacidad para convocar todas las guerras, un tiempo loco que trastoca todos los climas, todo el dinero del mundo perdido en mil laberintos que lo convierten siempre en deuda (pública) pagada con inflación (privada), enanos agigantados por el mero efecto que la cantidad tiene en la calidad convierten el mundo en un parchís. Y por si esto no bastara, la justicia se declara en huelga, educamos a las máquinas para ser inteligentes y dejamos a nuestros niños al cuidado de las pornografías. ¿Qué más tiene que darse para comprender que el dominio, ningún dominio, puede ser el fin del mundo, la finalidad, donde los seres humanos se persiguen a sí mismos para ser allá donde estén? 

Demasiadas veces, casi todas, se confunden los procesos electorales con combates donde se enfrentan adversarios y/o enemigos. O, al menos, en contiendas donde unos ganan y otros pierden. Ciertas prácticas de los que bregan por el poder político, sean del partido que sean, alimentan esta ilusión con la que mienten y alimentan la principal de las corrupciones, la corrupción moral. No es eso, no se trata de esto. Porque digámoslo con claridad: la democracia es el régimen político en el que se reconoce que ningún ser humano tiene derecho a mandar a otro ser humano. Por eso tiene que ser un ejercicio sabio, pero humilde 

La política, en el sentido más propio del término, incluso en los estados más autoritarios, sólo es posible, sólo tiene algún significado, si presuponemos que la libertad es la sustancia del mundo. Y en un mundo que se rompe esa sustancia sigue siendo el único campo donde se teje la verdad, verdad que nos permite digerir la realidad, por dura que esta sea.

En consecuencia, nuestra decisión, manifestada en votos, convoca a los candidatos a ‘políticos’ para determinar en un territorio soluciones que respeten a todos y cada uno de los ciudadanos.

Respetar no es lo mismo que mandar y obedecer. Respetar es tener en cuenta a todos los afectados en el diseño de nuestros territorios y contar con su voz, no sólo con su voto. De ahí la exigencia de que, allí donde se juntan los que están partidos, se hable mucho más de lo que se habla, para no olvidar las inquietudes, los intereses, los sufrimientos y las aspiraciones del pueblo o la gente, que siempre está partido, aunque inamisiblemente juntos. Cuando se reparten sueldos, prebendas y privilegios entre quienes son de distintos partidos, no parece resultar tan difícil.

La misión que les encomendamos no es fácil, aunque sí es clara: ponemos mucho de nuestro entendimiento mutuo, de la necesaria inteligencia común, en sus manos. Pero no será suficiente con votarles. Hemos de dar también nuestra voz y nuestro esfuerzo por ser ciudadanos activos. Los políticos son necesarios, porque la realidad es elástica y económica, y requiere la búsqueda del encaje de unos con otros. Sin embargo, no constituye el derecho de nadie, siempre tiene un carácter vicario y requiere la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. Esta responsabilidad política, que compete a cada uno según su posición en la sociedad civil, no solo es el único freno real a toda corrupción, sino que es el contexto necesario para que nuestro voto sea, de verdad, una decisión política

JUAN MANUEL SÁNCHEZ es catedrático de Filosofía.