ALEXIA SALAS
Si van por Cabo de Palos, ya no verán a Rafa ‘El Rojo’ sentado en la terraza del bar El Faro (frente al puerto), mirando con nostalgia los barcos que entran y salen con ese ruido tartamudo de motor, porque él se quedaba en tierra con su marcapasos.
En Cabo de Palos piensan que Rafa ‘El Rojo’ se ha echado a la mar para siempre en busca del atún de cien kilos que le rebanó hace 30 años dos dedos en una lucha a vida o muerte. Y que solo volverá si los encuentra. Prefieren recordar así al admirado pescador, que fue marinero de petroleros y cocinero con más horas a bordo que en tierra firme. Aún era un niño pelirrojo y de piel soleada cuando salía a pescar a remo y vela de Cabo de Palos a Portmán. Cuando la llamada a filas lo sacó de su camisa de pescador y sus pies descalzos, se vio embarcado en un petrolero rumbo al Golfo Pérsico que traía crudo a las refinerías de Escombreras.
Rafael se hizo famoso por su cabellera roja en los puestos de ropa de la costa africana durante sus idas y venidas por el canal de Suez. Curtido por los vientos de ultramar, el marinero atracó en todos los puertos por donde se cruzaban piratas con daga al cinto y el Ricks de ‘Casablanca’.
Cuando volvió a mirarle a los ojos el mar de Cabo de Palos ya no se marchó a otras aguas. Contaba Rafa la dureza de la vida de pescador, cuando remaban toda la noche sin GPS ni botas de agua. Solo las referencias de los promontorios de la costa los orientaban en las madrugadas heladas, aunque luego compensaba la euforia de la plata en las redes. Cientos de kilos de lechas, palometas y salmonetes que se amontonaban en las redes del pelirrojo.
El viejo pescador, ya con 86 años, echaba de menos partir en el Astrid de 1975 para salir al encuentro de gallinetas, chanquetes y bogavantes. Volver a tierra y poner una morena al sol para hacer un caldero o freír unas rayas. Encontrar a la mujer que cortejó desde la escuela hasta que aceptó vivir esperándolo para despedirse de nuevo cada madrugada. Todo eso añoraba Rafa, mientras apuraba su cigarro, que fumaba en dos trozos en la terraza del bar El Faro que, como dice el buzo Andrés Cánovas, el otro pelirrojo de Cabo de Palos, «era su tana» (las cuevas de los pulpos).
Ya no se aclaraba la garganta con láguenas o reparos, como cuando había que dejarse calar por el relente, pero sí compartía una cerveza con los amigos a cualquier hora del día. Aceptaba a regañadientes quedarse en tierra, con su marcapasos para apurar la vida, que decía que se le había pasado volando.
Hace un mes sufrió un ictus y, a las dos semanas, el pueblo del faro perdió a su leyenda. A la salida de la iglesia, numerosos amigos le cantaron ‘Las caracolas’ y lo dejaron ir en busca del atún.