Estrangulamiento a los hosteleros, desolación en la costa del Mar Menor

Avenida de la Libertad de Los Alcázares con los negocios cerrados

Alexia Salas. Nunca he visto los pueblos del Mar Menor tan desolados como en estos días de otoño. Ni con las inundaciones, cuando había trasiego constante en las calles de limpieza y camaradería, ni con los días más oscuros del invierno. Ni siquiera en los días de confinamiento domiciliario, cuando se sentía la vida tras los cristales. El cierre de los bares, que en un principio pudo servir para contener los roces sociales y la cadena de contagios, se ha prolongado innecesariamente en la zona costera y está estrangulando a los hosteleros. 

 

¿A quién puede convencer la insistencia en mantener los bares y restaurantes cerrados durante este puente fiestivo, cuando la próxima semana se abrirán al público las puertas de la La Condomina? ¿Cómo tragarse el sapo de que tomarse una cerveza es más arriesgado que subirte en un autobús para ir al tajo agrario a trabajar sin las mínimas condiciones de seguridad, ni siquiera laboral por eso los peones agrícolas mienten cuando se contagian, para no perder el empleo? ¿Por qué es seguro mantener abiertos los locales de juego pero no lo es que te sirvan un café en una terraza?

¿Qué daño hubiera hecho abrir las terrazas de la zona del Mar Menor en este puente festivo, con todas las medidas de seguridad e incluso más, para que los hosteleros pudieran hacer algo de caja con lo que pagar las facturas que llegan ya al cuello? ¿Por qué no hacen inspecciones en los centros de trabajo donde no se respetan las medidas de seguridad, lo que lleva a los contagios familiares de los empleados? ¿Es más aconsejable amontonarse en las terrazas de la plaza de las Flores de Murcia, que en los espaciosos paseos marítimos del Mar Menor?

Como dijo Sabina, que no te cierren el bar de la esquina. Si algo nos ha enseñado esta experiencia es el pulso que los bares dan a los pueblos. Sin ellos no hay encuentro ni saludos; ni costumbres ni sorpresas. Los bares son ecosistemas de la vida social. Una larga y variada estirpe de humanos habita en los bares, encuentra refugio y palabras de ánimo, cafeína para continuar y todo lo que un buen camarero puede hacer legalmente por ti, que es darse cuenta de que no quieres charla o de que necesitas una sonrisa. Esos camareros que recuerdan cómo te gusta el café y que te saludan con una de las frases más reconfortantes del mundo: «¿Lo de siempre?». Porque esa frase te reconoce, te da un pequeño sitio en ese universo dinámico de vasos y comandas. 

Los españoles hemos crecido en los bares. Guardo recuerdos de bar de la más lejana infancia, de cuando la barra parecía el Everest y me daban patatas fritas para que no alborotara por alguno de esos baretos atestados de Madrid, donde no era raro pedir las cañas desde la puerta por el tumulto de gente. Casi siempre había un camarero que alzaba la vista y, con voz de barítono, repartía órdenes como un direcftor de orquesta. Algunos alcanzan la categoría de ‘showmen’. Los he visto tan lánguidos como los bares que regentaban, a veces refugios ‘salvavidas’ de solitarios. Porque a veces el hogar no es el mejor de los sitios. «Como fuera de casa en ningún sitio», eso también lo dijo Sabina. El caso es que los bares han salvado de muchas desesperaciones. En algunas circunstancias extremas he visto cómo un camarero metía a un cliente en estado de delirio extremo en un taxi para que lo llevara a su casa antes de que diera con la frente en el suelo. 

En los pueblos donde la Comunidad Autónoma ha levantado el dedo de César se ha recuperado la alegría. Hasta hacen más caja los comercios. Tal vez aprendamos que los negocios locales son la salvación de los pueblos. Sin ellos no habrá convivencia ni calor social. Si te has preguntado últimamente cuánto hace que no ves a todo el mundo, es porque no hay bares. Cuando vuelvan a abrir, tras este prolongado cierre, saluda con una sonrisa a ese camarero que tenía siempre una frase amable para ti