Es uno de esos lugares semi sagrados, por aquello de la leyenda de los héroes del aire que siempre les acompaña. Una visita a la sala de la Patrulla acrobática Águila del Ejército del Aire empieza con emoción, incluso antes de atravesar la puerta de la ‘guarida’ del equipo de pilotos más admirado. Para ellos no es más que su espacio de trabajo, pero para el resto de los mortales es todo un icono, casi como entrar en el ordenador central de Apple o en la cueva de Batman. Cientos de recuerdos se reúnen en este pabellón de la Academia General del Aire, múltiples símbolos aéreos y mucha concentración.
Un pabellón situado junto a la pista de aterrizaje de la base militar de Santiago de la Ribera acoge la sala de trabajo de la Patrulla Águila, que cumple 30 años desde que el 4 de junio de 1985 despegó el vuelo de cinco avionescon el propósito de comprabar la solidez y versatilidad del Casa-101 de fabricación nacional. La idea era llevar la máquina al límite de sus posibilidades para constatar validez tanto para la enseñanza en vuelo como para la acrobacia. Si podía hacer piruetas en el aire, era capaz de llevar a cabo la misión más arriesgada. «Los pilotos de otros países nos valoran más porque no utilizamos un caza. Nuestro avión no es tan potente como el de las patrullas francesa o italiana, y requiere mucha anticipación del piloto», destaca el comendante Moisés Roca, 3.800 horas de vuelo, segunda temporada como jefe después de volar cuatro años como Águila 6.
Es día de ensayo general antes de la gran exhibición aérea que convocan, como anfitriones, el fin de semana del 17 y 18 de octubre en el Mar Menor para celebrar su 30 cumpleaños. Antes de despegar, siempre se reúnen alrededor de una imponente mesa que simula una pista de aterrizaje y reproducen cada uno de los movimientos, de las órdenes y decisiones que ejecutarán minutos después en el aire. No caben imprevistos ni improvisaciones. Están a punto de colgar un cartel metálico y rotundo en la puerta que avisa: «Briefing. No molestar».
A los lados de la gran mesa de ‘briefing’ se disponen cinco mesas de trabajo con ordenadores. En el centro al fondo, la mesa del Jefe de la Patrulla, escoltada por varios cuadros de la Patrulla en distintas formaciones en el aire. Las paredes aparecen cubiertas de carteles conmemorativos de otras patrullas del mundo, desde la Patrouille francesa y los Frecce Tricolorique volarán en el Mar Menor este fin de semana, hasta la patrulla turca, la suiza o la británica. «Los Red Arrows perdieron a dos pilotos en plena exhibición», recuerda el comendante Roca, quien aclara que la Patrulla Águila mentiene limpio su expediente de accidentes.«No hay miedo, sino respeto. Siempre hay sustos que nos hacen tener canas, pero aprendemos de los errores, y todo está estudiado». Cada nueva acrobacia pasa por la lupa de la seguridad, como pasó este año con el ’30’, la innovación incorporada a la tabla con motivo del aniversario, cuyos números quedan suspendidos en el aire durante los breves segundos que permenecen las formas de humo.
En el pasillo, todo un mosaico de cuadros recuerda a los Águila que han vestido el mono azul en estas tres décadas. Te vigilan los ojos del águila disecada y protegida en una urna como guardiana del templo patrullero. En una plaza menciona que se electrocutó en Chinchilla y, a pesar del infortunio, tuvo un destino al servicio de la unidad más especial y famosa del Ejército español.
Al otro lado del pasillo, los pilotos se equipan con los correajes y el traje ‘anti g’ que se infla en las extremidades para facilitar el riego sanguíneo en vuelo, ya que el cuerpo sufre la presión de la gravedad y los vaivenes del flujo sanguíneo como si fuera un balón de fútbol. La larga experiencia de los pilotos convierte el vuelo en casi un acto cotidiano.
Para ser un Águila, un puesto voluntario, se exigen tres condiciones ineludibles: en primer lugar estar destinado en la Academia General del Aire, lo cual implica un trabajo de instructor de alumnos cadetes; segundo, ser piloto de caza, aunque en la Patrulla manejan un reactor, y como baremo mínimo, contar con más de mil horas de vuelo. Casi todos además en el equipo han cumplido misiones internacionales en Afganistán, Libia o África. El Líder fue además instructor de vuelo en Texas (EEUU).
Dentro de la cabina, la pericia y la concentración son imprescindibles para la seguridad. Cada uno depende de sí mismo y de los compañeros, de modo que no valen distracciones. Ya solo se les verá en el aire.