La Mota, el sanatorio reumático a cielo abierto del Mar Menor, recibe cada vez más visitantes en busca de alivio a sus dolores y curación de males de piel y huesos. Sus parroquianos, algunos fieles desde hace décadas, aseguran que incluso evita los resfriados. La combinación de sales minerales y el calor del sol hacen maravillas en los afectados de artrosis, reúma y otras dolencias.
Dolores de huesos y articulaciones, afecciones de piel, defensas respiratorias, enumera un experto de pie de playa a un grupo de turistas que llega a las famosas charcas de Lo Pagán. Se trata del famoso ‘aplicador’ de barros, que los recoge y extiende con brío por las dolidas espaldas de los bañistas. «Oiga, y también cura la cistitis?», pregunta una recién llegada. «Mujer, los lodos se ponen por encima de la piel», la sacan de dudas al instante.
En las primeras mañanas de calor veraniego, una marea de cuerpos cuerpos negros y expuestos al sol llenan la orilla de las charcas del paseo de La Mota. Las pasarelas de madera se ven cada vez más abarrotadas, pero hacia donde se dirigen los verdaderos conocedores del secreto de los fangos milagrosos es al pasillo de tierra que separa las charcas. A un lado de la franja de albero, corre llama la atención un fino cauce de agua color rojizo que viene directamente de las lagunas de la salinera. «A eso le llaman la UVI. Dicen que es más beneficioso que los lodos», cuenta una madrileña que lleva cumpliendo con la cita de los barros varios años. «La primera vez que vine estaba en lista de espera para operarme de una hernia discal, pero mejoré tanto que no tuve ni que pasar por el quirófano. Desde entonces vengo cada año, yo sola, porque mis amigas se ríen de esto», explica
No son solo mayores y jubilados los que acuden a probar los beneficios de los fangos en esta orilla, la única del Mediterráneo donde las mujeres mayores de 60 hacen ‘topless’ sin pudor, todo sea por fines terapéuticos. Parejas jóvenes y familias extranjeras se embadurnan entre risas y se fotografían haciendo posturas cómicas. «¿Has visto la serie esa de los muertos vivientes?», pregunta entre risas un gallego que viene acompañando a su mujer, operada de la espalda. «Pues eso parecemos nosotros», ríe con el único hueco libre de la cara que le han dejado sin barro. «Usted ríase, pero esto quita los dolores y, desde que vengo aquí los veranos, no me cojo ni u constipado en invierno», le dice una veterana de las charcas, que acude a darse los barros por prescripción médica. «El médico me lo mandó. Vaya a ponerse los lodos de La Manga», me dijo», asegura la jubilada, que afirma: «yo a las amigas les digo ‘me voy a Marina Dos'». «Hay que darse los barros por todas partes, esperar a que se seque, como una hora o así, y después me los quito y me meto un rato en la UVI. Además, te deja la piel suave», interviene la mujer.
La experiencia de Argentina, una anciana de 79 años de Ponferrada, ha surtido más efecto que las últimas campañas publicitarias de la costa murciana. «A los 50 años me dijeron que me quedaría en una silla de ruedas. Es que he criado a seis hijos, y no lo he hecho sentada, sabe?», explica la mujer. «Antes tenía que ir a que me pusieran parafina para el dolor, pero desde hace 9 años que vengo aquí, no tengo dolor y se me baja la inflamación», explica Argentina, que trata de convencer a su nieta de que se de unos lodos en el cuello, afectado tras un accidente leve de coche. Aún no son las 12 del mediodía, pero los rayos bajan verticales sobre las charcas, el barro se seca deprisa y el aplicador de lodos tiene ya cola de espera.