Por Pablo Melgar Salas. Blog Kilometr0
Soy un niño del Mar Menor. ¿No conoces el Mar Menor? Entonces te llevaré al Paseo de mi pueblo, al Paseo de Santiago de la Ribera. Solo tenemos que dejarnos llevar por la pendiente y nos daremos de bruces, sin enterarnos, con ese ingente espejo líquido en el que todo el que se asoma se ve reflejado como un ribereño.
Ya no hay vuelta atrás, la Ribera del Mar Menor no olvida y uno tampoco tras verter esa lágrima de emoción que contribuye a la existencia de este lago salado un día más en este mundo.
Parece que se me ha subido un poquito la cerveza, ¡paguémosle a Francis!, el dueño de este chiringuito en el que se reúnen los sanedrines más castizos del pueblo entorno a una ronda de quintos de Estrella Levante bien fresquitos y unas marineras, y vayámonos al Bellavista que Román me ha prometido el mejor arroz a banda de la zona. Ven conmigo.
Esta terraza está llena de suspiros todos los fines de semana del año y dos tercios de ellos llevan manga corta. Echa un ojo a tu alrededor, es octubre y el verano se resiste a abandonarnos, ¡es un lujo! Las pieles de las murcianas permanecen intactas, todavía, con ese color dorado del Mediterráneo que tanto nos gusta a los hombres. Las terrazas están repletas de gente que apura las sobremesas y las botellas de vino blanco, mientras sus niños corretean por la playa y se mojan los bajos de sus pantalones de domingo de agua salada y arena mojada, a apenas unos pasos de distancia. La comida estaba deliciosa pero las gambas saben más a mar cuando lo estás respirando.
Bajemos la comida con un canario en la Jijonenca, es un granizado de limón con una bola de helado, ¡la que tú quieras! Mientras esperamos hablaremos con cualquiera de los camareros, pues te abordan con la sonrisa de un amigo de toda la vida. Desde aquí vemos a los últimos valientes que soportan la frescura del mar en otoño, tan buena para la circulación y perfecta para los extranjeros que disfrutan de este paraíso durante el invierno. Yo también quiero esta vida cuando me toque la vejez.
Se ha hecho el silencio…y es que basta con los sentidos para degustar el tiempo en este Paseo. Siempre me gustó venir aquí conmigo mismo para sobrevolar a pluma de gaviota el largo de esta playa y pararme a observar todas las tonalidades de rojos y naranjas que el Mediterráneo nos regala en cada atardecer, reflejados en nuestro pequeño espejo salado. ¡Y también acompañado, por supuesto! Durante nuestra charla, los niños se llevan sus helados para comérselos en la orilla y los adolescentes se besan por primera vez en los bancos de este Paseo. Alguna vez yo fui niño y adolescente, también. Pero ya hemos crecido, así que propongo un mojito en Bastilla Playa.
La gente se arremolina aquí los domingos de fútbol y mientras discuten sobre si Messi es mejor o no que Cristiano, con el rabillo del ojo miran al mar y se dicen a sí mismos: “¡Qué bonita es mi Ribera!”, y brindan por ella. Pídele a Gema, la camarera, dos mojitos; mientras voy a saludar a Ramón “el Gurullo”, que no hay más bondad en esta costa que la de este pescador, ni mejores calderos. Ya anochece y no distingo entre el mar y el cielo, divididos por una hilera de lucecitas que conforman La Manga. Me gusta pensar que nos están saludando cada vez que las miro. Alcemos la mano a nuestros vecinos.
Ahora vamos a pasear un poco, pues no puedes abandonar El Paseo sin antes respirar su calma, allá donde las luces son más tenues y los barcos duermen entre la luz lunar. Hoy hay dos lunas llenas, pues la de arriba se refleja en nuestro Mar Menor y nos regala la nuestra propia.
Se oyen risas jóvenes en los embarcaderos de aquellos veinteañeros que no tienen donde beber y optan por la oscuridad y el olor a sal para condimentar el alcohol, y así poder reblandecer los ojos de las muchachas que los acompañan. Recuerdo cuando había más bares en la playa y las noches ribereñas respiraban sonrisas, y los jóvenes podían volver andando a sus casas en busca del sueño. Ahora está todo más quieto y silencioso, y el anciano que escribe el mar desde el escritorio de aquella ventana de primera línea lo agradece. Pero, ¿y si hubieran más sitios en la playa?, ¿y si viniera más gente a este Paseo?, ¿y si las noches volvieran a llenarse de sonrisas?, ¿y si…?
Ya se que nos basta con mirarlo, amigo mío, pero me gustaría que cada cosa que hiciera en esta vida la pudiera hacer mirando con el rabillo del ojo al Mar Menor y suspirar hacia mis adentros: “¡Qué bonita es mi Ribera!”, y que brindáramos por ella. Contaré los días para volver a pasear entre estas palmeras, entre esta arena y estos recuerdos, y tú también lo harás porque ya eres ribereño para siempre.
Pablo Melgar Salas (www.kilometr0.com)
CANCIÓN: Wakin on a pretty day – Kurt Vile