El SOS consolida Murcia como lugar de peregrinaje musical

Por Pablo Melgar (Kilometr0)

El Festival SOS4.8 crece un año más gracias a las grandes actuaciones de The National, Temples o 2manydjs, pero sobre todo gracias a la tradición festivalera que se ha adueñado de Murcia cada mes de mayo, como punto de peregrinaje de música y fiesta para todos los públicos.

Como un periodista de guerra atisbando el terreno, los analistas de festivales se encuentran ante la imposibilidad de ser narradores omniscientes. No pueden saber lo que ocurre en los cinco escenarios que conforman el parque de atracciones del “Festival SOS 4.8” de forma simultánea. Así picotean, como en un buffet libre, los sonidos que más satisfacen sus melómanos estómagos o simplemente esperan la suerte de estar en el lugar correcto a la hora adecuada para encontrar esa historia que contar.

Podrán elegir el rugido del Escenario SOS Club Ron Brugal, el de la música electrónica más alternativa, la que de verdad gusta a los fiesteros de culto que merodean entre las raves y los clubes más minimalistas. El escenario más ninguneado en todas las críticas y los carteles, pero que concentra durante dos días a un público muy específico que no se mueve de allí ni aunque el mismísimo Jimi Hendrix hubiese revivido en otro de los escenarios. Al ritmo de los estupefacientes sonidos de expertos como Edu Imbernon o Carlos Cmix, todos los presentes se sumieron en ese extraño trance, entre la introspección y el éxtasis, que solamente el minimal-techno puede conseguir. Pero otros muchos pagaron su entrada solamente por ver a unos Les Castizos en racha, que han sustituido a los Zombie Kids como grupo más prolífico en las salas de música electrónica. Destacaron por su fiereza en el registro más comercial de toda la noche y levantaron a todo el que pasó por allí a partir de las cuatro de la madrugada.

Y quizás, tras cruzar todo el elenco de puestos de comida rápida, donde los presentes curan el hambre, que ofrecen desde la carne argentina a la barbacoa hasta las pizzas más grasientas, se llega al Escenario Radio 3. Con el cartel más pobre de los últimos años, donde años atrás han tenido lugar las claras revelaciones del Festival, se encontraban los más indecisos, los más underground o los que no conocían el nombre de ninguno de los grupos. Allí pudieron trascender en la noche del viernes con el absorbente Bigott o con el garage rock de unos Palma Violets que, aunque parecen un tributo a The Clash, importaron la esencia británica de un punk sin aditivos. Además, la fiebre del sábado noche en el ala izquierda del recinto de la Fica se la cobró un infalible Etienne de Crecy, de incógnito bajo el nombre de su último proyecto Super Discount 3 live, que supuso el techno de autor de más calidad del fin de semana.

Pero si no quieren fallar en su propósito de abarcar lo imprescindible en sus crónicas, tendrán que integrarse con la muchedumbre del Escenario Estrella Levante. Aquella escenografía consiguió despertar a aquel vecino de la otra punta de la ciudad que no conseguía creer en la potencia de esos altavoces. Allí, la estrella que más brilló, con permiso de nuestro líquido más preciado, fue Morrisey. Y no porque la aceptación fuera unánime sino por su presencia de artista universal en el escenario. Con una voz limpia y garante del éxito de una de las mejores bandas de la historia del rock (según la revista Rolling Stone), el líder de The Smiths consiguió apadrinar a toda esa corriente moderna del pop más empalagoso que babeó desde el primer compás de Suedehead hasta sus éxitos ochenteros como Stop me if you think you’ve heard this one before de su mítico grupo.

Pero a los más hambrientos de adrenalina les supo a poco y tuvieron que esperar la pegadiza If you wanna de The Vaccines, lo mejor de la noche. Sus guitarras despertaron al público de la somnolencia sensitiva producida por Metronomy que, a pesar de la calidad de algunos temas tan personales como The Bay, solamente funcionan con cascos y no en vivo.

La noche del sábado subió de temperatura con la revelación total del Festival, Temples. Fueron el tono más original de todo el fin de semana, gracias a su psicodelia moderna que combina esas esencias creadoras de sueños alargados en el tiempo con los arranques más clásicos de sus guitarras y de los magníficos agudos de su líder James Bagshaw. Pero el pódium lo reina The National. Algo ocurrió en el escenario cuando vimos a ese clon de Jürgen Klopp en la distancia, llamado Matt Berninger. Interpretaba a punto de lágrima su balada más conocida, I should live in Salt, como si de verdad estuviera rogándole comprensión a su verdadero amor ante nosotros. Lograron conmover los corazones con su poder hipnótico y agitar los brazos con su fuerza musical, mezcla que no logró ninguno más.

Y acercándonos a las horas de cierre, la apuesta electrónica del Festival fue bastante monótona pero de gran calidad. Los sonidos de Feed me, Digitalism y 2manydjs se entremezclaron. Se echó de menos la versión más transgresora de estos últimos, cuando sorprendían con la música de Motörhead en medio de una tormenta eléctrica. Sin embargo, son una apuesta infalible y lograron ese desbarajuste esperado por los más desfasados gracias a sus remixes marca de la casa.

Pero esos narradores omniscientes frustrados no solo deberán atender a los horarios, donde encontrarán a Lori Meyers con su realidad por todos conocida y verán como el Festival funciona, a pesar de estar cada vez más diversificado en sus escenarios y de tener, en mi opinión, un cartel que no puede competir con los festivales nacionales de más renombre. 

También tendrán que pasear por las calles de Murcia a mediodía y ver cómo las hordas de gafas de sol y camisas de cuadros apuran sus quintos en la zona de “las Tascas” como previa de la noche que les espera. Tendrán que recorrer los alrededores y ver cómo preparan sus rituales, de botellón y conversación, aquellos que solo les importa reír. Se ha creado una tradición en Murcia, y todos saben muy bien en qué escenario permanecer según sus gustos. Gracias al ambiente, a la enorme logística de parque de atracciones que pocos festivales poseen y a un precio asequible, consigue ser cada año más grande.

Por eso, la mejor historia que contar es la de aquellos extranjeros que vuelven en tranvía a recoger sus equipajes, como penúltimo capítulo hasta volver a sus hogares. Todavía les queda un largo camino a casa y tras una dura jornada de saltos y risas, murmuran entre ojeras y bostezos: “no se qué se me habrá perdido en Murcia pero me lo he pasado genial”.