ALEXIA SALAS. En plena lluvia de bombas a un costado de Europa, precios cósmicos hasta en las sandías, y un rebrote de Covid para aguar el inicio de las vacaciones, el jazz más cálido sigue prendiendo en el público. El pianista Emmet Cohen lo demostró anoche en el inicio de Jazz San Javier. Ante un auditorio lleno, casi hasta la bandera, habló y tocó con el corazón, un lenguaje que sigue funcionando en la era del ‘emoji’.
«En este momento tan difícil para el mundo, cuando también en Estados Unidos lo estamos pasando mal, creo que la música puede unirnos con su lenguaje universal», dijo el joven pianista, recién llegado de Harlem (Nueva York), como dijo, la cuna de Duke Ellington, Billie Holiday, Fats Waller y tantos referentes del jazz.
Con esas buenas vibraciones funciona también su música. Tiene un toque ágil, expresivo y cálido como una hoguera chispeante. Te mece en las profundidades de estándars como ‘Over the rainbow’ y le sigues hasta el vértigo de ‘Surrey with the fringe on top’, una melodía vivaz Hammerstein de los años cincuenta que ya convenció a Miles Davis para incluirla en su repertorio.
Primera noche y primer lleno de la 24 edición del Fesrtival de Jazz de San Javier. El público aplaude al pianista Emmet Cohen. FOTOS: P. SÁEZ.
Relajado y «lleno de energía», como dijo en el escenario de San Javier, se divirtió tocando con sus dos músicos, Philip Norris al contrabajo y Kyle Poole a la batería, dos ‘disfrutones’ que se explayaron en los solos y le acompañaron a ese jardín entusiasta del jazz donde habita el músicp de Florida. Cohen tiene todos los puntos para convertirse en un nuevo Bud Powell o un Dave Brubeck del nuevo siglo. Le corren por ambas manos la tradición del swing clásico y la innovación de una nueva generación de jazzistas que dan continuidad al género. Dos valores le aúpan a esa élite, su genio en la improvisación, con un vuelo elegante y creativo, al que sigues por territorios inesperados, y su capacidad compositiva. Lo demostró con ‘Spillin the tea’.
Se divirtieron a lo grande y se lo hicieron pasar igual al público. Reavivaron clásicos como ‘Cherokee’ y le dieron brío a una pieza de rabioso ritmo, ‘Rakin and scrapin’ que Harold Mabern grabó en los sesenta.
Con su buen rollo natural, regaló una más tras la primera ovación, y se despidió con una de sus versiones elaboradas, que lleva de viaje por todos los tempos hasta extraerle petróleo de emociones. Era ‘Satin doll’ y sonó a gloria.
Para la segunda sesión, el público ya rompió el hielo del foso para bailar al ritmo del jazz funk de Incognito, una banda con varias voces que terminaron de caldear la primera noche del festival.