No hay librerías en el Mar Menor

La librería Tahiche, en Santiago de la Ribera, cerró sus puertas hace años

Pablo Melgar Salas. No hay librerías en el Mar Menor. Quizás esté pasando por alto algún pequeño oasis en forma de trinchera donde algún quijotesco librero aún cree en el negocio de las páginas o en su enorme potencial. Por eso ruego que me perdonen, o mejor dicho, pido que alcen la voz todos aquellos hidalgos que aún aguanten la embestida de Amazon.

Aún así mantendré a lo largo de este artículo la máxima de que en el Mar Menor no hay librerías: hay estancos, hay papelerías, hay quioscos de prensa, hay incluso gasolineras que adoptan de manera tímida y complementaria la laguna que se ha creado entorno al oficio de vender libros en los municipios de la costa. Sin embargo, los libros que uno puede encontrar en estos establecimientos son los diez libros más vendidos del año, las memorias del famoso de turno que se ha subido al carro del merchandising en papel (como es el caso de Mariano Rajoy o el de Belén Esteban) o libros para los más pequeños.

El libro ha pasado de ser la fuente de nuestra identidad y conocimiento a un mero artículo de regalo.

Con la resaca de ‘The Last Dance’, el documental de Netflix sobre Michael Jordan y las intrahistorias de sus seis anillos con los Chicago Bulls, esta semana he estado viendo entrevistas suyas en Youtube. Hay una frase del ‘Black Jesus’ en el programa de Oprah que se me ha quedado grabada: “A un deportista se le paga por su potencial”. Y lo mismo sucede con las librerías, más importante siquiera en las poblaciones pequeñas, esos reductos de infinitas posibilidades donde todo el mundo está invitado a entrar. Un librero no solamente nos ofrece el acceso a un enorme catálogo de títulos sino que nos invita a la búsqueda. Uno no sabe qué es lo que necesita cuando cruza la puerta pero conforme viaja por los estantes y acaricia los lomos de las ediciones, se hace una idea de quién es o qué es realmente lo que está buscando. Por eso compramos en librerías, para que sigan allí por su potencial.

Hoy recuerdo con cariño y con nostalgia los tiempos en los que el librero-aparejador aún fumaba a escondidas tras las pilas de libros que acumulaba en el mostrador de la librería Tahiche en Santiago de la Ribera. Uno podía bajar al pueblo, una tarde cualquiera de invierno y hojear libros mientras charlaba con él sobre lo bonita que es Granada –él había estudiado allí y seguía yendo de vez en cuando, algún que otro fin de semana suelto para comerse unas tapas, darse una vuelta por su juventud y volver a la Ribera el mismo domingo para poder abrir su librería el lunes por la mañana–. Ni siquiera vivía de los libros que vendía, pues aparte de librero como he dicho era aparejador. Le recuerdo aún en esa pequeña habitación que usaba de trastienda y despacho, donde haría sus proyectos mientras esperaba la quimera de que alguien entrase a comprar un libro.

Aprovecho para compartir el post que la periodista y directora de este medio, Alexia Salas, subió a Facebook hace ya dos años a modo de esquela sobre Tahiche:

«Mi amigo Antonio Murcia Conesa me hizo prometer que no publicaría nada en la prensa sobre el cierre de Tahiche, la única librería que teníamos en Santiago de la Ribera. Cerró sus puertas el Sábado Santo, dejándonos con la mortaja de nuestra propia estupidez. Cuando una librería, la única, tras varias décadas de vida, baja la persiana aquejada de irremediable soledad, es para que el pueblo se lo haga mirar. Lo siento Antonio, pero no podía callar que ahora somos mucho más pobres, más insignificantes, más ignorantes. Asumes que ‘los tiempos cambian’, pero si son más grises y deprimentes, si nos privan de puertas de cristal que guardan poemas, torres de relatos prensados en papel, encuadernaciones de ensueño, tomos con lecciones de vida, y un librero amigo que asome su barba tras las pilas de libros para recomendarte una lectura para las noches con ansias de escapar…no los quiero. A ti sí! Un abrazo».

El librero Antonio Murcia, que mantuvo viva la librería Tahiche en Santiago de la Ribera. Muchos recordamos las cordilleras de papel, la virtrina de la poesía, los anqueles de las ediciones de bolsillo, la emoción de las páginas nuevas, las charlas en la puerta. 

A pesar de todo, alguna vez le llegué a reprochar al librero-aparejador sobre los libros que elegía como foco de atención en su escaparate para que los vecinos de la Ribera se decidiesen a entrar. Las memorias de José María Aznar no eran, según mi criterio de lector, lo que una librería pequeña debe ofrecer a sus clientes, Antonio. Bastante Aznar hemos tenido ya en los medios de comunicación y en la educación política que arrastramos desde los años del boom inmobiliario. Lo que un lector interesado en la figura de Jose Mari debería de buscar en una librería son ensayos políticos sobre liberalismo, economía, sociología o historia, para entender verdaderamente qué supone su figura en la historia de nuestro país y así poder conformar una idea propia sobre él. Tienes que entender, me decía Antonio, que la existencia de esta librería depende exclusivamente de la venta de libros.

«Aquí nadie compra ensayos», me decía con resignación. «Abre los ojos, Pablo».

De esta manera, para que yo tuviera la posibilidad de entrar allí y encontrar los ensayos sobre series de televisión que tanto me interesaban en aquellos años o las novelas sobre París que me empujaron a coger la maleta y alquilarme una habitación compartida cerca de Montmartre; algunos lectores tenían que comprar, simplemente comprar lo que fuera para que el local se mantuviese allí para mí. Precisamente por eso, en sus últimos años de existencia, Tahiche ofrecía también un catálogo de vinos murcianos para acompañar la lectura. No quiero decir con esto que mis elecciones sean más importantes que las de los demás turistas o vecinos, simplemente quiero dejar claro que aquellos libros fueron descubrimientos dentro de aquella librería y de algún modo trazaron mi propia ruta en este mundo. Pero ni la influencia de José María Aznar ni la de Belén Esteban ni por supuesto mi modesta contribución fueron suficientes para que Tahiche siga hoy abierta.

Compro libros semanalmente y ahora, cada vez que quiero uno y me da pereza coger un autobús de una hora de trayecto hasta la capital murciana, lo pido por Amazon. Pago religiosamente mis 36 euros al año para que no me cobren los gastos de envío y para que mis pedidos lleguen al día siguiente a mi casa a través de un mensajero. Aprovecho para anunciar públicamente que mi lista de deseos es interminable y que cualquiera que quiera hacerme un regalo es libre de pedírmela y ahorrarse la búsqueda. ¿Pero no estoy contribuyendo con esta suscripción a Amazon Prime a que no haya librerías en el Mar Menor?

¿Qué pequeña librería puede competir con los precios de Jeff Bezos?

De la misma manera en que las papelerías, los estancos, los quioscos y las gasolineras eligen los tres o cuatro títulos más vendidos; el algoritmo de Amazon da mayor visibilidad a los títulos en que las grandes editoriales tienen puestas sus mayores expectativas comerciales. Además, con cada compra, la plataforma configura una lista más compleja de productos que nos podrían interesar. Así es como nos dirigen la búsqueda. Mientras en Tahiche, mi búsqueda era a ciegas: recorría los pasillos, le preguntaba a Antonio, rebuscaba en los rincones, me veía atrapado por las ilustraciones de las portadas o por las sinopsis que me invitaban a acceder a una nueva voz; a través de Amazon, el algoritmo me dice lo que tengo que leer. Por eso intento que mis compras sean lo más limpias posibles, introduzco el título que deseo en el buscador e introduzco mis datos bancarios.

Lo mismo pasa en La Casa del Libro, la mayor superficie de venta de libros en físico en nuestro país que pertenece al Grupo Planeta y en la que (en cualquier centro comercial del país) uno puede encontrar los títulos que las filiales del mastodonte ha editado para nosotros. Es imposible descubrir a un poeta diferente en sus estantes, todos los poemarios están firmados por los cantautores o poetas mainstream del momento que monopolizan la industria. Y esto no es algo nuevo, cualquier negocio (desde el Grupo Planeta hasta la librería Tahiche) vive de sus ventas. Pero una librería también debe de ofrecer alternativas, aquellos libros de editoriales independientes que no se venden tanto pero que caen en tus manos y, sin saber por qué, entablan una especie de conexión contigo por tus propias circunstancias. Por eso compramos en librerías, para que las nuevas voces lleguen a nosotros.

Quizás acabes comprándolo y acto seguido te des una vuelta por el Paseo de Colón y lo abras por primera vez sentado en un chiringuito frente al mar. Quizás lo que dice, la manera en que lo dice o lo que te evoca personalmente cambien tu manera de existir o te abra nuevas puertas que antes desconocías. Quizás te intereses en la vida del autor, una vez que hayas acabado el libro, y decidas googlear su nombre. Quizás te interesen las lecturas que le llevaron a escribir ese texto o las decisiones que tomó en su vida hasta llegar a ese poema, ese ensayo o esa historia. Quizás habías tenido un mal día, quizás no sabías qué hacer hoy o en tu vida en general y, de repente, te has visto hablando con los muertos. Quizás lo incluyas en tu biblioteca personal y acudas a él, cada vez que lo necesites. Quizás hayas buscado y encontrado algo en una librería que no existe en el Mar Menor.

PABLO MELGAR SALAS es autor de la revista cultural Kilometr0 y ha publicado su primer poemario, ‘El fuego que me quema‘. 

Libro recomendado: ‘Contra Amazon’, de Jorge Carrión.