Torre Pacheco no olvida a Juan Ros: arte a rienda suelta

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ALEXIA SALAS. "Tenía necesidad de volver al lienzo después de usar las pantallas", cuenta Antonio García, que fue su comisario en tantas exposiciones, amigo en tantas vicisitudes desde la escuela. Necesitaba también volver a la naturaleza. Son los dos ejes de la exposición que se puede ver hasta el 28 de febrero en la Biblioteca de Torre Pacheco. Juan Ros ya la había planeado antes de morir, el pasado verano. 

 

Pintor fecundo, cantante folk punk, profesor de Bellas Artes, Juan Ros fue un creador incontinente, pero sobre todo un seductor con enormes ganas de vivir, que lo mismo se carcajeaba de su sombra que lloraba cataratas. 

Una mirada como la suya, "cínica y divertida", como describe su amigo Antonio García, dio muchas obras geniales que reflejaban a borbotones las pasiones del artista pachequero: el cine, la música, el Mar Menor, la naturaleza. 

Juan Ros en la exposición que organizó en abril de 2019 en la biblioteca. La que ahora se puede ver, muetra su obra más reciente. Ya sin su presencia. 

En un momento no lejano de su vida, decidió volver a la tierra de sus padres y abuelos, a La Hortichuela, donde llenó sus ojos de chumberas, culebras, árboles habitados por lechuzas, ratones de campo, mesas al sol del mediodía, el perfil del Cabezo Gordo o unos caballos reivindicativos con el colectivo LGTBI. En el mundo de Juan todo era posible. Que la niña del trasvase volara sobre el polémico canal, que se conocieran en el aire la niña del Mar Menor y la niña del Galipote o que apareciera John Malalluvia, esa leyenda agrícola del avión que rompe las nubes para que nunca llueva en Murcia. 

Como contó su sobrino en la inauguración de la muestra, con Juan te reías y aprendías. Sobre todo, te enseñaba lo que hacía falta para hacer un cuadro, una canción o cualquier cosa que merezca la pena: tiempo, reír, amar, llorar, soñar, vivir. Cantante y alma de Malezas, el grupo de folk punk con el que desfogaba rancheras, pasodobles soviéticos, canciones de Sara Montial, rumbitas y versiones de clásicos a su manera. 

"En la música soy gamberro, en la pintura, no", decía Juan sobre sus óleos, acuarelas, tintas chinas que habían bebido de la vanguardia, del fauvismo y el expresionismo. Su estilo era estilo Juan Ros, con el que aportaba esa chispa crítica o el elemento que creía que faltaba en una escena del celuloide. "No tenía una mirada complaciente", señala Antonio García. 

Su vertiente social hizo que llenara la vida de amigos de todo tipo. En la biblioteca de Torre Pacheco reunió a muchos de ellos para recordarlo y reconocer sus trazos sueltos, su impronta explosiva pero llena de ternura, su humor crítico que te hacía pensar, pero siempre una mirada tan apasionada como el beso de tornillo que, en el universo pictórico de Juan Ros, le daba Queen Kong con los morros embadurnados de rojo carmín. 

Sus caballos reivindicativos, de la exposición 'La Hortichuela'. 

Algunas obras del arte religioso que también cultivó, siempre con su mirada única. En la foto principal, uno de los óleos más recientes, junto a su hijo y su sobrino. 

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