RUTAS FUNERARIAS: los cementerios del Mar Menor guardan tumbas de héroes, poderosos y náufragos

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"No sabía que aquí al lado estaba la tumba de un aristócrata", comenta una mujer que arregla la lápida de un familiar a pocos metros de la placa de mármol que protege los restos del Barón de Benifayó, en el cementerio de San Pedro del Pinatar. No es la única con valor histórico en la comarca del Mar Menor, cuyos cementerios guardan el descanso eterno de héroes de la aviación, poderosos caciques e incluso un náufrago francés. 

Más de un siglo y mucho polvo cubren la tumba del aristócrata italiano, en uno de los muros del camposanto de San Pedro del Pinatar. No parece que nadie se haga cargo del mantenimiento del promotor del principal edificio histórico del municipio, el palacete del Barón de Benifayó o Casa de la Rusa. 

Julio Falcó y D´Adda (1834-1899) llegó a la zona del Mar Menor por una circunstancia novelesca. El Barón fue recluido en la isla Mayor -hoy conocida como isla del Barón- para cumplir condena de destierro por matar en duelo a otro cortesano en defensa de María Victoria dal Pozzo della Cisterna, esposa del rey Amadeo de Saboya.

No debió pasar tan mal el confinamiento en este retiro de lentisco, palmitos y olivos silvestres, cuando en 1870 convenció al monarca para que la Marina de Guerra le vendiera la isla. El barón encargó dos palacetes de estilo neomudéjar -uno de ellos en San Pedro del Pinatar- al arquitecto estrella de la época, Lorenzo Álvarez Capra, autor del teatro de los jardines del Buen Retiro. El palacete alberga el Museo local, donde se puede ver su retrato y el salón árabe que mandó traer del norte de África para satisfacer los gustos de su esposa. 

SAN PEDRO DEL PINATAR: EL NÁUFRAGO FRANCÉS

Nada más entrar al camposanto de San Pedro, situada en el mar de lápidas de la explanada central, avanzando hacia las 2 como si camináramos sobre la esfera de un reloj, es fácil encontrar la tumba del náufrago francés. Su enrejado gótico simula la quilla de un barco. El óxido ha cubierto por completo el metal que protege la lápida de mármol grabada y ya resquebrajada, pero en la que aún se lee en francés:

"Aquí reposa ADOLFO LEQUELLEC. Capitán de navegación de altura. Fallecido el 24 de diciembre de 1910 a la edad de 30 años. Náufrago del vapor Jeanne Conseil. Hemos recibido de ti y viviremos de tu amor con la esperanza de encontrarte en el más allá. De Profundis".

Según la información que logró reunir Rafael Mellado y que publicó en el periódico Pinatar Actualidad hace años, el testimonio de Juan Miguel La Mer, el único superviviente del vapor hundido, sirvió para conocer la historia del capitán enterrado en San Pedro del Pinatar. 

El marinero contó que el Jeanne Conseil -matrícula de Burdeos- zarpó del puerto de Alicante con la bodega llena de bocoyes de vino con rumbo a Orán para sumar más cargamento. Relató que los 27 marineros del barco, el capitán y un pasajero que subió en Alicante navegaban en el vapor sin sobresaltos, cuando vieron otro vapor que se les echó encima a unas 17 millas de Alicante. El abordaje fue tan rápido que nadie pudo ponerse a salvo ni advertir a los demás del inminente desastre. 

Medio barco se hundió y, al poco, estallaron las calderas. "Conmovió al vapor un último estremecimiento y se hundió en el mar, formando un remolino que agitó las aguas en una circunferencia de más de 800 metros", contó el marinero. El vapor asaltante, llamado Industria, se detuvo para comprobar sus daños y luego siguió su rumbo. El marinero se aferró a un tablón desprendido del barco. 

El enrejado con forma de quilla de barco, que cubre la tumba del capitán francés ahogado en el Mediterráneo. 

"No puedo pintar la zozobra, el miedo a la muerte que sufrí, pueden asegurarlo bien. Por dos veces vi cruzar barcos: sus luces marcaban la ruta; la rapidez con que se acercaban y pasaban ante mis ojos la de su marcha. Grité lloré, me esforcé, todo inútil: los vapores proseguían y yo quedaba allí, en la inmensidad...", contó el superviviente en una noticia publicada en el periódico El Liberal de Murcia. Otro vapor, el Ino, lo rescató a 15 millas de Cabo de Palos. 

A los pocos días, el mismo diario publicó la noticia de la aparición de un cadáver con un salvavidas con la inscripción del Jeanne Conseil, que fue identificado como el capitán del vapor abordado. El cónsul francés comunicó la desgracia a la familia, que decidió dejar los restos en San Pedro para que reposaran para la eternidad. Su esposa mandó grabar el mármol con la cita bíblica. Cuenta Rafael Mellado que durante muchos años aparecían flores frescas en la tumba del marino, al parecer enviadas por la viuda. 

LOS ALCÁZARES: HÉROES DEL AIRE Y DIFUNTOS OLVIDADOS

En el cementerio de Los Alcázares solo se puede encontrar el panteón de uno de los pilotos legendarios de los albores de la aviación. El resto se encuentran en el de Torre Pacheco, ya que el aeródromo pertenecía a principios del siglo XX a ese término municipal. 

En un discreto y elegante panteón se encuentran los restos del piloto ruso Alejandro Evlampiev Zhukof (Shuia, Ivanovo, 1881-Murcia, 1958). Fue oficial de la Marina zarista, ingeniero de aviones, piloto naval y, tras su llegada a Los Alcázares en 1922, jefe de talleres de la primera base de hidroaviones de España. Experimentó con el primer avión cuatrimotor del mundo y, cuando la Revolución Rusa agitó su país tuvo que huir por Odesa. 

El piloto ruso protagonizaría años después otro episodio histórico. Una vez finalizada la Guerra Civil, la base se vació de personal a la espera de que llegaran los militares franquistas para tomar el aeródromo. Evlampiev los esperó con las llaves en la mano. Él solo. El piloto siguió viviendo en Los Alcázares hasta su fallecimiento. 

Otros difuntos no han dejado una estela de recuerdos. Para acoger a los olvidados, el párroco de Los Alcázares, Rubén Córdoba ha mandado construir junto al altar un panteón columbario para guardar las cenizas de personas que quedan olvidadas en los tenatorios. Algunos ha ido a recogerlos a otros municipios. "Los últimos serán por primeros", recuerda el sacerdote. 

SAN JAVIER: DON JUAN, LOS PILOTOS MILITARES Y EL TIO LOBO

No siempre estuvo la necrópolis de San Javier junto a la pinada de la carretera de Sucina. Hubo un tiempo remoto en que los enterramientos se hacían en las iglesias y sus alrededores, por eso las excavaciones realizadas para la construcción del aparcamiento sobterráneo en la plaza de España sacaron a la luz osarios de tiempo atrás. Según relata el concejal de Cultura e historiador, David Martínez, que investigó la historia de la necrópolis, fue Carlos III (1716-1788) quien, al volver a España -ya que reinó también sobre Nápoles y las Dos Sicilias- ordenó evitar estos enterramientos por motivois de salubridad y fomentó la creación de cementerios extramuros de las iglesias, por eso se han hallado restos humanos en la parte trasera del templo parroquial. 

En 1900 se construye el camposanto de San Javier, donde fueron creándose panteones y mausoleos, algunos de estilo neomudéjar. Según relata el historiador y edil, hubo en tiempos un espacio en la zona noroeste para enterrar a los ahorcados, que entonces no se les daba sepultura en tierra consagrada. En la zona norte se instaló la fosa común de la Guerra Civil. El monolito de los caídos de la Falange que se erguía en la plazoleta trasera de la iglesia, se trasladó también al cementerio con la remodelación del centro urbano. 

La procesión de ánimas pasa junto a un orfeón en el camposanto de San Javier, por un camino de velas, en una noche víspera de Todos los Santos. 

La necrópolis de San Javier cuenta con un paseo romántico escoltado por pinos centenarios en su ladera este, donde se celebró desde 2014 el recorrido cultural en la víspera de la festividad de Todos los Santos con cientos de velas y una corte de ánimas que guiaban al visitante para vivir una experiencia única: recorrer las calles del cementerio con la música de los contrabajos y violines que sonaban en directo, igual que las voces de diversos orfeones y coros que entonaban partituras clásicas de réquiem. El visitante hallaba a su paso, a la luz de las velas, esculturas y figuras religiosas en altares decorados. La pandemia ha impedido la celebración este año de esta procesión nocturna, única en España, que se completaba con la escenificación del Tenorio en el exterior del recinto.

La función sobre una versión del clásico de Zorrilla se realizará este año en el centro Príncipe de Asturias de La Ribera. Conoce los secretos de la representación AQUÍ

Pero si continuamos el paseo por el cementerio de San Javier, es fácil pasar por alto la tumba del que fue el hombre más rico de España, Miguel Zapata Sáez. El creador del imperio minero descansa bajo una cruz a pocos metros de las lápidas de sus herederos, como la de Tomás Maestre Zapata, de 1967, que ocupa un lugar prominente en el camposanto. 

Casado con la hija de un terrateniente de El Mirador, el Tío Lobo se hizo con licencias mineras de La Unión hasta llegar a completar toda la cadena del negocio de minerales, desde la extracción hasta la exportación. El palacete modernista de Portman, en avanzado deterioro, deja testimonio del poderío del gran cacique, que legó todo su imperio a su yerno, José Maestre, a quien respaldó en su carrera política. 

La tumba del Tío Lobo en el cementerio de San Javier. Fue el hombre más rico de España, pero su tumba no destaca entre las demás. 

En la parcela militar del camposanto, que el Ejército del Aire compró a la parroquia en 1950, descansan los restos de héroes del aire, como el comandante Eduardo Arredondo Carrillo, el hábil piloto que logró salvar a los 18 tripulantes del Junkers que se estrelló en Tobarra (Albacete) en 1950. 

En la misma localidad manchega y ese mismo año perecieron los 16 ocupantes de otro Junkers que se en cuentran enterrados en una fosa monumento

Llama la atención el gran nicho de los 8 fallecidos en el accidente del hidroavión Grumman del Ala 22, que se estrelló en aguas de Cartagena tras despegar de San Javier el 19 de septiembre de 1974. Entre las lápidas se pueden leer los nombres de José Carlos García-Verdugo, militar y escultor, que modeló los monumentos de la Patrulla Águila y del águila metálica que se encuentran en la base militar de La Ribera.

Una inscripción en particular sobrecoge especialmente al leer la edad del primer caído en acto de servicio de la Academia General del Aire, el cadete Luis Blanco Muñoz, fallecido en 1946 por las heridas sufridas al caer con una Bucker en El Carmolí. Tenía 17 años. Muchos otros caídos en acto de servicio completan los 84 nichos, 50 columbarios, 17 fosas y el osario del cementerio militar, donde el 2 de noviembre se celebra un acto de homenaje. 

TORRE PACHECO: CINCO CEMENTERIOS

Los historiadores locales Laureano Buendía y Vicente Montojo datan en el 2 de marco de 1812 el iniciop de las obras del segundo cementerio de Torre Pacheco, ya que anteriormente se utilizaba un osario junto a la torre campanario de la iglesia. El atrio delanterio del templo se utilizó también para enterramientos, hasta que la pragmática de Carlos III en 1783 obligó a los concejos a ubicar los restos en recintos independientes. 

El escritor Luis Manzanares realtó en 'La mirada atrás' el desenterramiento y traslado de los restos a la nueva necrópolis. Según cuenta el periodista y literato, no fue fácil elegir la ubicación definitiva. 

"Y es que cada punto cardinal adolecía de inconvenientes distintos: el Norte estaba poblado de múltiples caseríos y apretado de rica masa olivarera; el Este hubiera obligado a franquear la rambla de Lo Fontes, molesta, si no peligrosa, en los desbordamientos de otoño; el Oeste padecía o gozaba, según el criterio del observador, el tráfico ruidoso del camino de la estación, y en el Sur se erguía ya la centinela de los cipreses, hincados en la entraña yerta: ¿para qué -argüían varios ediles- aumentar la tristeza del sitio? (.../...)".

Se produjo un capítulo curioso en la historia de los cementerios locales al construir el de Balsicas en  el siglo XIX. Según ha contado el alcalde de Torre Pacheco, Antonio León, estudioso de la historia local, fue emplazado en terrenos donados por Pedro Aquilino Garre Sánchez (1810-1899), frente a la Vereda de Cartagena a Orihuela, por una dación en pago ya que, el que fuera varias veces concejal y alcalde de Torre Pacheco (años 1840-63), tenía toda su extensa propiedad en los alrededores del Cabezo Gordo y Camachos.

Ante la insistente petición del cura para conseguir suelo destinado a camposanto, Pedro Garre contestaba que de la línea férrea  hacia abajo cogiera donde y cuanto quisiera, pero el cura quería esa parcela antes de la vía (instalada en 1862). Una persona que no tenía para pagar al molinero Garre (que inauguró su molino el 9 de noviembre de 1848) lo hizo con tierras, que sí estaban donde el cura quería. El religioso se salió con la suya y el cementerio se ubicó allí, eso sí,  reservando seis parcelas contiguas para los hijos de Pedro Garre Sánchez, quien fue enterrado en el último panteón al fondo del pasillo central. La cámara de entrada a este panteón fue utilizada como sala de autopsias hasta 1960.

En el recinto de Torre Pacheco se encuentra el cementerio de los caídos del aeródromo de Los Alcázares, que por entonces pertenecía a este término municipal. 

Allí está enterrado uno de los ases de la aviación republicana, Ramón Castañeda Pardo 'El Chato de Carabanchel', estuvo destinado en la base de Los Alcázares, en la de La Ribera y en la escuadrilla bajo mando ruso en el frente de Madrid. Ejerció de profesor de vuelo en Los Alcázares a bordo de los 'mosca' hasta que murió al estrellarse su avión en el Mar Menor en 1938. También se puede ver la lápida del as ruso de la aviación, Alexander Vasilievich, caído el 6 de junio de 1937. 

Si visita estos días los cementerios de la zona del Mar Menor, no dude en dejar alguna flor en alguna de las tumbas de estos personajes de leyenda. Náufragos o héroes, poderosos o solitarios, forman parte de nuestra memoria. Y ya casi nadie se acuerda de ellos. 

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