VUELVE. Pero ya nada es igual; nadie es quien era, y revivir el pasado duele

¿A quién resucitarías? Con esta pregunta me he encontrado esta mañana al revisar Facebook. En las redes sociales es fácil picar los anzuelos publicitarios que se ocultan tras cuestionarios de personalidad, test de inteligencia o cultura general; nos ofrecen averiguar qué parecido guardamos con personajes históricos o del famoseo, mitos, animales, horóscopos, ángeles e incluso demonios.

Son preguntas o frases que nos invitan a explorar el lado mágico de nuestros pensamientos. Por supuesto, he picado. Me he quedado chocada y reflexiva. ¿Quién no ha perdido a alguien importante en su vida a quien traería de vuelta sin dudarlo?

A mi edad se suman muchos años de pérdidas: amores, familiares, amigos, conocidos. Casi todos han desfilado por  mis recuerdos y mi pensamiento mágico los ha resucitado.

Algunas series como Glitch, Les Revenants o Resurrection, nos plantean esta situación. Personas que llevan muertas muchos años renacen y, como si nada hubiese pasado, regresan para incorporarse a la que fue su vida normal. Pero ya nada es igual; nadie es quien era y revivir el pasado duele. Pueden aparecer en escenarios que no son los conocidos y en los que hay nuevas personas, extraños a quienes no conocen ni pueden aceptar. Estorbamos. En la mayoría de los casos sus entornos han rehecho sus vidas y encontrar el lugar que ocupaban ya no es posible. Estorban.

El mito griego de Asclepio (Esculapio para los romanos) nos cuenta cómo este médico consigue resucitar a los muertos gracias a un regalo de Atenea: la  sangre sacada de las venas del lado izquierdo de la gorgona Medusa. La sangre del lado derecho mataba al instante y esa se la quedó la Diosa. Sin embargo, lejos de obtener reconocimiento por traer a la vida a los muertos, Zeus lo mató con un rayo por temor a dejar el más allá vacío. En el plano religioso, tanto el islam como el judaísmo creen en la existencia de la resurrección; para el cristianismo es un eje fundamental de su fe, en tanto que para otras religiones, un símbolo de trascendencia. Lo común en todas ellas es que la resurrección pertenece a la divinidad y no está al alcance de los mortales. Por algo será.

No es fácil responder a esta cuestión porque al ahondar en ella nos surgen dudas, preguntas, curiosidades e incluso temores: de dónde vienen y qué buscan. Qué hay en la otra vida y si existe Dios o los universos paralelos; por qué resucitar a unos y a otros no. Sabemos que el nacido va de cero a cien en el metraje vital, pero el renacido llegaría  completo y sabio. En realidad, creo que no nos asusta el continente, el cuerpo con el que regresan,  sino el contenido, el misterio sobre su estancia en el otro lado y el posible acceso al conocimiento divino que les desvelarían nuestros secretos, conciencias, miserias y sacrificios o heroicidades.

No. No resucitaría a nadie. Y no por pudor o miedo a los rayos de Zeus,  sino porque tengo la certeza de que el recuerdo que guardo de ellos hace que, de alguna manera, estén aquí, conmigo.