Por cada perolo, media docena de brazos trabajaron para tener a punto las migas antes de la medianoche. Las fiestas de la pedanía de El Mirador no dejaron pasar la tradicional velada miguera, que desata la fraternidad gastronómica con el lema de ‘quien no mueve no come’.
En la carpa de la pedanía y al son de una disco móvil, jóvenes y mayores se emplearon a fondo en el arte de las migas, que depende en gran medida del movimiento. Hubo peñas de jóvenes, que trabajaron en el cocinado del plato rural, aunque pocos podían competir con las recetas de los mayores. Sus ajitos, sus longanizas y su aceite de oliva para dar sabor a las migas ruleras.
La mayor cantidad de migas fue cocinada por Eulogio Sánchez, a su vez pedáneo de Roda, quien contó con ayudantes dispuestos a arrimar el hombro en las migas gigantes con tal de degustar un plato del maestro. Para variar, los hombres fueron mayoría con los mandiles por una noche. Entre risas y hermandad, el trabajo colaborativo tuvo como premio una cena digna de festeros.
La peña ‘Qué t´vere’, una de las más antiguas de El Mirador, le dio con aire a la sartén.
«Yo termino antes», presumió la cocinera ante su competidor.
Tres eran tres para dos sartenes. Diversión y migas en la noche festiva de El Mirador.
Eulogio Sánchez, a la izquierda, maestro miguero, en el momento de extraer las longanizas ya doradas.
Paso fundamental: probar las migas para calcular el punto de sal y la textora. «A esto hay que darle más vueltas».