'Nadie duerme' en la casa Barnuevo de La Ribera

Teatro y danza
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Es el aria defintiva. La última que escribió Puccini, quien dejó el tercer y último acto de 'Turandot' inconcluso tras escribir 'Nessun dorma' ('Nadie duerma'). Para un tenor, es su do de pecho, la cumbre de su actuación. Y Jesús Hernández, el tenor de Santiago de la Ribera, lo convirtió en su corona durante la noche de ópera cabaret que el montaje 'La villa encantada del Mar Menor' llevó a la casa Barnuevo. Nadie durmió en la casa Barnuevo.

 

Con la excusa de una subasta fantasmal, los personajes del montaje dirigido por Fiorenza Ippolito en la histórica villa costera divierten al público con sus intrigas y sirven al aire libre un menú de ópera desenfadada, a base de las arias más bellas jamás escritas, que cobran especial emoción en las voces del tenor local Jesús Hernández y la sopramo Amber Kay. Más aún -y a pesar de las dificultades del sonido a la intemperie con brisa marina- a la sombra de una casona con más de un siglo de historia que tanto significado tiene para los ribereños al ser la primera villa de la localidad, construida en 1888.

El público asistió sin pestañear a la juguetona puesta en escena del equipo multidisciplinar de Ippolito, que contaba con la magia de la música en vivo, a manos del pianista -también ribereño- Javier Alcaráz, quien puso gran parte de la magia que envolvió los fragmentos operísticos y también la actuación de danza aérea de Emilia Menchinskaya. La acróbata de telas se dejó caer de una rama del grueso ficus para transformarse de crisálida en mariposa con sus piruetas ingrávidas.

Una ovación especial se llevó el tenor Jesús Hernández quien, como ya hizo Pavarotti, ha convertido el aria de Puccini en su cima musical. Su vibrante final, con el dramático "vincerò!", fue premiado con un cerrado aplauso del público, que rodeaba de cerca el escenario, aunque los actores utilizaron el encanto de la villa, con su escalera metálica, para situar algunas de las interpretaciones musicales.

Sería injusto pasar por alto la deseinteresada participación de actores locales siempre dispuestos a contribuir a la vida cultural como Juan Manuel Sáez y Pepe Pardo.

Cómo olvidar a los fantasmas de los dos fundadores de La Ribera, Teresa Sandoval y José María Barnuevo, reparecidos en la finca que ordenaron construir frente a la playa del Mar Menor hace 130 años. Tal vez sea el momento de recordar lo que a fuerza de envejecer ante nuestros ojos se nos olvida: la necesidad de mantener en pie el patrimonio histórico de una localidad que ha perdido ya la mayoría de sus edificios emblemáticos, la hilera de villas que las familias burguesas de Murcia construyeron en primera línea de mar, e incluso las encantadoras casas de pescadores, sustituidas ya por edificios y dúplex sin señas de identidad. Y, de paso, enarbolar otra bandera, la de las iniciativas culturales privadas, que demuestran la buena salud de los pueblos. Es justo reconocer el respaldo de Círculo Vélico, la sociedad de barcos históricos y rutas marítimas, que ha reconstruido parte de la histórica villa. Sin su romántica aventura ni tendríamos escenario para montajes como el de 'La villa encantada', ni la principal seña de identidad local tendría seguramente futuro.

Alexia Salas

La acróbata Emilia Menchinskaya danza en el aire junto al pianista Javier Alcaráz junto al ficus de la casa Barnuevo.

La escalera de la casa Barnuevo sirvió de escenario al aire libre para actores y músicos.

El tenor Jesús Hernández en plena actuación entre aria y aria.

Los fundadores de La Ribera, Teresa Sandoval y José María Barnuevo interpretados por María Jesís Marín y Pepe Pardo. Tras ellos José Manuel Sáez, en uno de los papeles del montaje de teatro musical.

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